Terminaba de ser servido el cordero
que concluiría la cena de Navidad. Toda la familia se había reunido esa noche.
Se veían rostros felices y alegres que ansiaban relatar todas sus vivencias a
sus seres, a los suyos. Los mayores hablaban de trabajo, de política, relataban
anécdotas, reían; los jóvenes se contaban sus historias, sus batallitas, sus
gamberradas, reían; se oía de fondo el especial de Navidad de los Simpsons;
nada podría oscurecer ni entristecer esa cálida noche que se recordaría.
Cuando las tres madres de familia
iban en busca de los regalos, llegada la medianoche, un fuerte estrépito rugió
en el techo, parecía como si un caza lo hubiera bombardeado. Ante el
desconcierto, todo el mundo calló y se reunió alrededor de la mesa, dialogaron
y finalmente decidieron mandar a los tres hombre más fuertes de la familia,
quiénes aceptaron con cierto pesar. Todos los rostros se nublaron, del alegre y
feliz ambiente que minutos atrás se respiró, nada quedaba.
Abrieron las puertas del desván,
llevaban consigo los cuchillos más afilados que lograron encontrar y subieron
las escaleras. Dentro todo estaba oscuro y silencioso, se quedaron inmóviles y
pensativos durante un momento, no sabían que les depararía, se decidieron a dar
un paso y entonces una gruesa cuerda salió de la nada, les propinó un fuerte
golpe que los dejó sin conocimiento, los ató y tiró de ellos hacia el balcón
que se encontraba tras la ventana, dónde se situaba el verdadero trineo de Papá
Noel. Este estaba lleno de personas a las que también habían secuestrado en lugar
de regalos y el cuál, era tirado por motores que alimentaban la más cara y
contaminante gasolina en lugar de renos, vamos, que quede claro, era una
avioneta con patrocinios de grandes multinacionales sellados en su carcasa con
una capacidad para 15 personas de las que estas tres eran las últimas en
llegar. Para concluir la descripción volvemos al Papá Noel, este no era el
típico barbudo canoso, glotón y gordinflón, vestido de rojo con un sombrero y
con una constante sonrisa siempre reflejada en su cara; era un hombre, un
hombre delgado, con traje y corbata, unos cuarenta años, con un traje, una
corbata y un pantalón negros, con un Rolex y un Iphone y con unos relucientes
botines hechos del cuero más caro y de más calidad del mercado, tenía un rostro
frío y con una pequeña sonrisa que se podía interpretar de muchas maneras, pero
en este caso creo maligna y codiciosa. Volaron un largo trayecto de 5 horas
hacia el Norte, cada vez iba haciendo más frío y finalmente aterrizaron en una
isla repleta de nieve pero medianamente poblada en su mayor parte de oficinas y
fábricas.
Se podía ver en el alto de los
edificios numerosos logos de marcas y empresas multinacionales. Hicieron un
largo trayecto en un minibús con logos y sellos de empresas estampados y
acabaron en una enorme fábrica. Entraron y vieron todo, ya sabían por qué
estaban allí y ya sabían a qué se dedicarían el resto de sus vidas, habían sido
capturados para ser explotados por una miseria hasta que no pudieran ni con su
alma. Vieron gran cantidad de cintas transportadoras, numerosas y gigantes
máquinas y robots que elaboraban todo tipo de juguetes, de perfumes, de
refrescos, de bollería industrial, de cacharros electrónicos, de productos
textiles… todo lo que puedas imaginar, estaba siendo elaborado en ese recinto,
eso sí, bajo la marca de grandes multinacionales. Ahí se encontraban,
contemplando a los miles de hombres y mujeres que habían pasado por lo mismo
que ellos y con los que compartirían el resto de sus vidas. Todos iban vestidos
con monos naranjas con el logo de la respectiva marca que los compró bordado en
la espalda y con un número asignado cada uno, eran esclavos, esclavos de la
tiranía del capitalismo que fabricaban productos que la clase más alta y
favorecida disfrutarían mientras ellos se morían de hambre. Eran la cara fea,
la no conocida, la que ocultan estas grandes empresas que mandan sobre el
mercado y sobre el mundo, eran objetos vendidos y pujados que acataban órdenes
de sus compradores, eran personas que habían perdido toda dignidad y esperanza
y morirían sirviendo a sus explotadores, eran la pura verdad del planeta, la de
la miseria, la de la desigualdad, la de la villanía de sus amos, la pura verdad
de esos monstruos que invaden nuestras televisiones y cabezas impulsándonos al
consumismo con buenas acciones aunque detrás de toda sonrisa y máscara ocultan
la de toda la maldad, la de siempre, la del señor y sus campesinos, la del rey
medieval y el pueblo que le sirve, la verdadera realidad de la Navidad, esa
verdadera trampa en la que los villanos salen victoriosos y todos los demás
perdemos cayendo aún más profundo en ella, a la que fomentamos sin darnos
cuenta. ¡Odia la Navidad! ¡Ódiala tanto como estos personajes ficticios que en
realidad, a pesar de lo triste que suena, existen y en gran cantidad, y tras el
peluche nuevo que has comprado en estas últimas Navidades, observa al pobre
hombre que ha servido al gran villano solo por mantener a su familia sin
recursos y piensa lo que fomentas, lo que nos tiene invadidos silenciosa aunque
a la vez descaradamente y que seguirá haciéndolo eternamente!
No es feliz el que más tiene, sino el
que menos necesita, cumplamos esto e intentemos procurar que nuestro consumismo
y la explotación que financiamos con él desaparezcan cada vez más, necesitando
lo más mínimo para vivir en condiciones y busquemos otras formas de ser felices
o por lo menos parecerlo.
Víctor Carrasco Serrano 17-12-2013