martes, 17 de diciembre de 2013

Cuento de Víctor Carrasco Serrano

CUENTO DE NAVIDAD 2030



Terminaba de ser servido el cordero que concluiría la cena de Navidad. Toda la familia se había reunido esa noche. Se veían rostros felices y alegres que ansiaban relatar todas sus vivencias a sus seres, a los suyos. Los mayores hablaban de trabajo, de política, relataban anécdotas, reían; los jóvenes se contaban sus historias, sus batallitas, sus gamberradas, reían; se oía de fondo el especial de Navidad de los Simpsons; nada podría oscurecer ni entristecer esa cálida noche que se recordaría.
Cuando las tres madres de familia iban en busca de los regalos, llegada la medianoche, un fuerte estrépito rugió en el techo, parecía como si un caza lo hubiera bombardeado. Ante el desconcierto, todo el mundo calló y se reunió alrededor de la mesa, dialogaron y finalmente decidieron mandar a los tres hombre más fuertes de la familia, quiénes aceptaron con cierto pesar. Todos los rostros se nublaron, del alegre y feliz ambiente que minutos atrás se respiró, nada quedaba.
Abrieron las puertas del desván, llevaban consigo los cuchillos más afilados que lograron encontrar y subieron las escaleras. Dentro todo estaba oscuro y silencioso, se quedaron inmóviles y pensativos durante un momento, no sabían que les depararía, se decidieron a dar un paso y entonces una gruesa cuerda salió de la nada, les propinó un fuerte golpe que los dejó sin conocimiento, los ató y tiró de ellos hacia el balcón que se encontraba tras la ventana, dónde se situaba el verdadero trineo de Papá Noel. Este estaba lleno de personas a las que también habían secuestrado en lugar de regalos y el cuál, era tirado por motores que alimentaban la más cara y contaminante gasolina en lugar de renos, vamos, que quede claro, era una avioneta con patrocinios de grandes multinacionales sellados en su carcasa con una capacidad para 15 personas de las que estas tres eran las últimas en llegar. Para concluir la descripción volvemos al Papá Noel, este no era el típico barbudo canoso, glotón y gordinflón, vestido de rojo con un sombrero y con una constante sonrisa siempre reflejada en su cara; era un hombre, un hombre delgado, con traje y corbata, unos cuarenta años, con un traje, una corbata y un pantalón negros, con un Rolex y un Iphone y con unos relucientes botines hechos del cuero más caro y de más calidad del mercado, tenía un rostro frío y con una pequeña sonrisa que se podía interpretar de muchas maneras, pero en este caso creo maligna y codiciosa. Volaron un largo trayecto de 5 horas hacia el Norte, cada vez iba haciendo más frío y finalmente aterrizaron en una isla repleta de nieve pero medianamente poblada en su mayor parte de oficinas y fábricas.
Se podía ver en el alto de los edificios numerosos logos de marcas y empresas multinacionales. Hicieron un largo trayecto en un minibús con logos y sellos de empresas estampados y acabaron en una enorme fábrica. Entraron y vieron todo, ya sabían por qué estaban allí y ya sabían a qué se dedicarían el resto de sus vidas, habían sido capturados para ser explotados por una miseria hasta que no pudieran ni con su alma. Vieron gran cantidad de cintas transportadoras, numerosas y gigantes máquinas y robots que elaboraban todo tipo de juguetes, de perfumes, de refrescos, de bollería industrial, de cacharros electrónicos, de productos textiles… todo lo que puedas imaginar, estaba siendo elaborado en ese recinto, eso sí, bajo la marca de grandes multinacionales. Ahí se encontraban, contemplando a los miles de hombres y mujeres que habían pasado por lo mismo que ellos y con los que compartirían el resto de sus vidas. Todos iban vestidos con monos naranjas con el logo de la respectiva marca que los compró bordado en la espalda y con un número asignado cada uno, eran esclavos, esclavos de la tiranía del capitalismo que fabricaban productos que la clase más alta y favorecida disfrutarían mientras ellos se morían de hambre. Eran la cara fea, la no conocida, la que ocultan estas grandes empresas que mandan sobre el mercado y sobre el mundo, eran objetos vendidos y pujados que acataban órdenes de sus compradores, eran personas que habían perdido toda dignidad y esperanza y morirían sirviendo a sus explotadores, eran la pura verdad del planeta, la de la miseria, la de la desigualdad, la de la villanía de sus amos, la pura verdad de esos monstruos que invaden nuestras televisiones y cabezas impulsándonos al consumismo con buenas acciones aunque detrás de toda sonrisa y máscara ocultan la de toda la maldad, la de siempre, la del señor y sus campesinos, la del rey medieval y el pueblo que le sirve, la verdadera realidad de la Navidad, esa verdadera trampa en la que los villanos salen victoriosos y todos los demás perdemos cayendo aún más profundo en ella, a la que fomentamos sin darnos cuenta. ¡Odia la Navidad! ¡Ódiala tanto como estos personajes ficticios que en realidad, a pesar de lo triste que suena, existen y en gran cantidad, y tras el peluche nuevo que has comprado en estas últimas Navidades, observa al pobre hombre que ha servido al gran villano solo por mantener a su familia sin recursos y piensa lo que fomentas, lo que nos tiene invadidos silenciosa aunque a la vez descaradamente y que seguirá haciéndolo eternamente!
No es feliz el que más tiene, sino el que menos necesita, cumplamos esto e intentemos procurar que nuestro consumismo y la explotación que financiamos con él desaparezcan cada vez más, necesitando lo más mínimo para vivir en condiciones y busquemos otras formas de ser felices o por lo menos parecerlo.

Víctor Carrasco Serrano  17-12-2013

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